La grandeza oculta de San José

La grandeza oculta de San José

Me imagino mirando de puntitas por la ventana de aquella casa sencilla de Nazaret. Soy tan pequeña que, al tratar de levantarme más, caigo al piso y me golpeo. María no tarda en verme, sale a buscarme, me levanta y me deja entrar. La escena que me encuentro jamás podré sacarla de mi corazón: un niño cortando maderas junto a su padre, que le enseña. Ambos sonríen, y eso me hace sonreír también. San José me ofrece una herramienta y me enseña a mí también. Su mirada me llena de algo, pero no sé qué. El niño que lo mira asombrado es Jesús y también me invita a aprender. Su padre me enseña con paciencia cómo cortar una madera sin que se rompa, pero yo aprendo mucho más; veo en sus manos fuertes el trabajo duro y en sus ojos, paz. Veo en el abrazo que le da a María amor y ternura, yo también quiero querer así. Aquella casa de Nazaret es especial, y no solo porque el Hijo de Dios vive ahí, sino porque Dios le ha dado un padre en la tierra que busca amarlo como lo ama Él.

San José fue un hombre sencillo, con un corazón grande que lo ayudó a aceptar el reto de ser el padre del Hijo de Dios en la tierra. Dios confió en él porque sabía que, con amor y dedicación, educaría a Jesús y lo formaría para ser un buen amigo, un buen hijo y, cuando llegara el momento, para que todo lo que aprendió de él lo ayudara a cumplir la misión que su Padre del cielo le había encomendado. Dios Padre se sirvió de San José para que Jesús estuviese preparado para salvar a todos, incluso a ese carpintero.

Hay poco sobre San José en la Biblia, pero no es necesario saber más para entender por qué Dios le dio tremenda tarea; su vida de trabajo honesto, su confianza profunda en los planes de Dios y su amor inquebrantable hacia María hablaban por él. Junto a ella, construyó un hogar donde la paz, el amor y la confianza en Dios eran la base.

Lo poco que sabemos de San José nos muestra que, en los momentos de duda, levantaba la mirada al cielo y ponía sus preocupaciones en manos de Dios. San José, el primer santo de lo ordinario, nos enseña que la santidad no está en lo extraordinario, sino en hacer con amor y dedicación lo que Dios nos pide en lo cotidiano. Es un ejemplo de cómo, con humildad y esfuerzo, podemos también ser instrumentos de Dios en nuestras vidas. Su vida fue un testimonio de que, incluso en la calma y el silencio, Dios puede hacer grandes cosas.

San José trabajador, San José padre de Jesús, San José esposo de María, San José mi amigo, cuídame, ayúdame a ser bueno e intercede por mí.

 

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